Siempre ocurre igual y la misma historia se repite año tras año, cuando llegados los meses de junio y julio - ¡Vacaciones a la vista! - todo el mundo quiere dejar resueltos mil y un asuntos, antes de marchar, aunque finalmente la realidad se impone - aparte, claro está, que es imprescindible contar con los demás - y sobre la mesa se quedan muchas cosas sin solucionar ya que de otra forma uno no termina de irse de vacaciones...
Es la eterna canción del verano, esa que no figura en ninguna lista de éxitos musicales pero que inevitablemente sucede un año y otro, ya que lo que no se ha podido dejar resuelto definitivamente a lo largo de todo un curso, imposible será solucionarlo en tres días en los que - insisto - no dependeremos exclusivamente de nuestra voluntad y decisión sino que deberemos contar también con la colaboración de otros.
Es decir, que estamos en plena época de prisas, posiblemente por el loable afán de concluir tareas que tenemos encomendadas, que se trocarán en inevitable impaciencia al contemplar que se nos acaba el plazo y muchos de nuestros proyectos no pasan de ser eso, propuestas inacabadas que habrá que dejar pendientes para después de los calores...
Es, ya digo, una característica de estos meses que tal vez dejaría de serla si a lo largo del año se hiciera puntualmente todo lo haya que hacer y sin demoras. Claro que semejante planteamiento choca siempre con la cruda realidad que nos atenaza.
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