Uno, que ha ejercido en numerosas ocasiones responsabilidades en Medios de comunicación, ha tenido siempre sumo cuidado en el tratamiento informativo de todo aquello que se relacionase con la salud, con el consumo de productos alimenticios o con temas que pudieran originar la alarma social y convertir, a la postre, el afán de contar a los ciudadanos cuanto sucede en su entorno en un boomerang de efecto absolutamente contrario al perseguido con el ejercicio, noble desde luego pero sumamente resbaladizo en ocasiones, de la libertad de información...
Viene a cuento lo que antecede ya que, por unas desafortunadas declaraciones del Ministro de Sanidad y por las medidas que las acompañaron, en torno a posible contaminación de algunas partidas de aceite de girasol, procedentes de Ucrania, se ha originado un respetable lío que acabó por perjudicar a los productores de dicho aceite, a los comerciantes que lo venden en sus establecimientos y causar una justificada inquietud en los consumidores que no sabían que hacer con dicho producto.
Y es que si efectivamente había motivo, Sanidad y el resto de los organismos de las distintas Administraciones debieron tratar el asunto con mayor cautela y no lanzar a los cuatro vientos la especie de que el citado producto podría ser causante de no se sabe que males a la población consumidora del mismo hasta cerciorarse plenamente de que efectivamente podía ser así.
Ha fallado pues la prudencia obligada de los políticos - de uno en concreto, el Ministro de Sanidad y Consumo -, los controles de los organismos competentes en materias de consumo precisamente y por supuesto la política de comunicación a los ciudadanos españoles...
Esperemos que todo ello sirva de lección y que, en futuras ocasiones, la actuación de nuestras autoridades sea mucho más consecuente, serena y acertada.
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