No es un dato como para festejar el hecho público por la Organización para la Copoperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre el índice de Productividad de España que, según dicha organización se sitúa en el furgón de cola de los paises agrupados en la misma, a pesar de que en cuanto a crecimiento económico nos hemos colocado claramente por encima de la media, lo cual no deja de ser consecuencia de la aportación de capital y desde luego del aumento de la utilización del factor trabajo , uno de los más elevados entre las naciones cuyo seguimiento realiza la ya citada institución internacional.
Y no es, como queda dicho, un dato para festejar, a pesar del avance de nuestra economía ya que no se puede ignorar que en el período que abarca los años 1985 a 2006 la contribución de la productividad a la expansión del Producto Interior Bruto español (PIB) fué la menor de los paises de la organización, con un incremento anual medio del 0,21 % cifra que se situo por debajo de las de Suiza, Canadá, Italia o Nueva Zelanza, Estados con la mas baja contribución de la referida productividad a su economía...
Cabría preguntarse las causas de estos índices y si los mismos son achacables a la falta de implicación, a la ausencia de tensión de nuestra mano de obra o, por el contrario, son atribuibles a la organización de nuestro mercado laboral, a la estructura del marco laboral español y a esa inercia histórica que comparativa aunque injustamente nos suele poner en entredicho, en el aspecto que comentamos, con respecto a paises de nuestro entorno.
Y sea como sea, parece llegado el momento, en la búsqueda de las recetas , métodos e incentivos, no solo económicos sino sociales, que sirvan para que este atávico sambenito del trabajador hispano pase a ocupar un lugar, no muy honroso por ciert0, en las páginas de los libros de historia.
Una buena oportunidad que se ofrece en el inicio de una nueva Legislatura.
¿O no...?
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