No deja de causarme verdadera perplejidad la actitud sumisa y el silencio que, en medio de una gravísima crisis esconómica, vienen guardando los Sindicatos españoles que, cuando el empleo se desmorona, el pago de las hipotecas condiciona seriamente la débil economía de muchas familias españolas, cuando los índices de morosidad de los créditos de las entidades financieras suben como la espuma, superando porcentajes auténticamente significativos y peligrosos por no poderles hacer frente, parece como si no quisieran hacerse notar demasiado, defendiendo un estatus que ellos mismos se han otorgado en nuestra sociedad y evidenciando una ineficacia digna de reprobación por parte de todos y, especialmente, por parte de la clase trabajadora a la que dicen defender...
Por eso, cabe preguntarse - una vez más - ¿para que sirven los Sindicatos?. Mejor habría que decir, ¿defienden nuestras organizaciones sindicales verdaderamente a los trabajadores?
Y si así es, ¿a que esperan para levantar la voz, denunciar la grave situación de nuestra economía y las consecuencias que la crisis está acarreando a los más desfavorecidos?
¿A que esperan?
¿Temen acaso que si alzan la voz alguien se les moleste y se aceben las devoluciones de patrimonio, las subvenciones y otra serie de ventajas de las que vienen disfrutando, desde la recuperación de la Democracia?
Y no es que aboguemos por la confrontación, la huelga general - que en alguna ocasión es oportuna llamada de atención al poder constituído - y otro tipo de medidas similares, pero desde luego lo que no es de recibo que traten de pasar de puntillas, sin decir "ni mú", por una situación en que la estabilidad laboral se tambalea y sobre la que se cierne la amenaza de los tres millones de parados, a poco que nos descuidemos.
Así que si están para defender al trabajador, ¡defiéndanlo! y dejen a un lado tanto "liberado", tanta burocracia y tantas buenas maneras, que a ustedes - de siempre se ha dicho - no les van las mullidas alfombras de los salones y despachos del poder...
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