Habla la Biblia, en el capítulo 11 del Génesis, del afán de los hombres por alcanzar el Cielo que les llevaría a intentar construir una torre tan alta que les permitiera subir hasta las estrellas y que sumando y sumando esfuerzos, de un lado y otro de la tierra, lograron elevar la mítica construcción a considerable altura, aunque fué tanta la confusión generada por la diversidad de lenguas que finalmente se impuso el caos y el sueño terminó por ser irrealizable...
Me viene este recuerdo a la memoria al encontrar, en las páginas de un diario del Grupo Joly - concretamente el Diario de Jerez -, un extenso reportaje dedicado a la presencia extranjera en la provincia de Cádiz, fenómeno que se repite de forma similar en la mayoría de las provincia españolas, donde según su autor el listado de los paises representados por la emigración supera el centenar, destacando casos como el de la población de Jimena, donde más de un diez por ciento de sus habitantes habla rumano y el hecho de que si todos los emigrantes viviesen juntos en una misma ciudad, esta se convertiría en una de las mayores de la geografía gaditana.
Y evidentemente, la presencia de foráneos entre nosotros tiene sus aspectos positivos, en cuanto a la aportación de mano de obra, el enriquecimiento cultural por el intercambio y conocimiento de costumbres y formas de vida así como otros varios aspectos que omitimos enumerar por no hacer más extenso este comentario, pero no es menos cierto que una llegada incontrolada de emigrantes o una actitud de rechazo de estos a aceptar los usos y costumbres del país al que llegan, buscando a veces su imaginario paraiso, puede llevarnos a repetir la desoladora experiencia de quienes soñaron levantar la Torre de Babel...
Es decir, que puertas abiertas sí, pero con sentido y medida y la implicación exigible a quienes nos llegan desde fuera para respetar nuestras costumbres, ¿que tampoco es exigirles tanto, verdad?
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