Recientemente un informe de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, difundido por la mayoría de los Medios informativos, ha revelado que la trata de niños llega a mover, en todo el mundo, una cifra superior a los dos mil setecientos millones de euros y que en España, que no está libre de semejante problema, hay por lo menos unos veinte mil niños que son víctimas de dicha explotación infantil.
Otra muestra más del progreso y del adelanto de esta sociedad que nos ha tocado vivir, que se pone las manos en la cabeza ante cuestiones bastante menores y que asiste impasible a la marginación y el abandono de nuestros ancianos, arrinconados tantas veces en centros específicos diseñados para ellos y, de paso, para comodidad de tantas familias o a la explotación sexual o laboral de centenares de miles de niños en cualquier rincón del Planeta y desde luego también en nuestro país.
Pero para eso se ha hecho la Ley de Dependencia, así es que póngase usted a la cola y aguarde pacientemente que la hábil propaganda permita, algún día, que la legislación sobre papel se convierta en auténtica realidad social que beneficia a todo el mundo que lo necesite. Y si hablamos de las leyes dedicadas a la protección de la infancia, más o menos lo mismo.
Claro que los problemas como el que comentamos no radican desde luego en el marco social en el que nos desenvolvemos, aunque a veces también, sino en el concepto ético y moral de gran parte de quienes integramos la comunidad que damos prioridad, a veces, a cosas muy supérfluas y olvidamos aquellas cuestiones que de verdad pueden hacer tambalear los cimientos de una sociedad justa y comprometida, solidaria en una palabra.
Pero así estamos...
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