Cincuenta años tratando de combatir el hambre es mucho tiempo, sin duda, en la benemérita tarea de erradicar la pobreza y la marginación que existe en demasiadas partes del mundo y por ello el esfuerzo bien merece ser destacado y aplaudido por quienes creemos en la dignidad de los seres humanos y en su derecho a recibir la ayuda que les permita superar el subdesarrollo en el que viven mientras gran parte de la humanidad - valga la expresión - "nada en la abundancia"...
Me refiero, naturalmente a la organización católica de "Manos Unidas" que tanto aquí como en el resto del mundo acaba de presentar sus iniciativas para proseguir con su admirable tarea y para conmemorar con aquellas nada menos que cinco décadas de trabajo abnegado y silencioso en favor de "los que padecen hambre y sed" no solo de alimentos sino de justicia.
Y es que la tarea de esta organización, a la que prestan su concurso numerosos voluntarios que dedican a ella además de su esfuerzo, su tiempo, se lleva a cabo desde la dificultad de depender, tanto en lo privado como en lo institucional, de la "buena voluntad" y la generosidad de las personas, de la sensibilidad por la gravísima problemática del hambre en el mundo y consiguientemente de la aportación de aquellas para poder contar con los recuersos que semejante tarea demanda para acometer los "proyectos" en los que Manos Unidas materializa cada año su labor.
Por eso debíamos ocuparnos de este aniversario y de cuantos se afanan por erradicar la pobreza, la marginación y el abandono que afecta a millones de seres humanos en todo el mundo, representados en este caso por los hombres y mujeres que forman parte de Manos Unidas.
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