Parece que fue ayer y, sin embargo, han pasado ya seis años desde aquel infausto día en que odio y barbarie se dieron cita en Madrid para cometer el mayor atentado que nunca ha padecido España y que, además de cambiar sin duda el resultado de la inmediata cita electoral, dejó una triste secuela de víctimas inocentes que viajaban, camino de su trabajo o de sus centros de estudio, en los cuatro trenes en los que se hicieron estallar explosivos casi simultáneamente...
Desde entonces, que duda cabe, algo ha cambiado y para peor en nuestro país, ya que al terror que provocó aquel salvaje atentado se ha venido a unir la permanente crispación de unas fuerzas políticas que, con poca confianza en lograrlo, se encontraron de buenas a primeras ejerciendo el gobierno, y de aquellas otras que siguen sin aceptar su derrota en los comicios posteriores a la tragedia de Atocha.
Si a esto se une el permanente enfrentamiento de políticos y familiares de las víctimas del terrorismo, alineadas unas con un sector del espectro ideológico y otras con el oponente y siendo utilizadas, a conveniencia, por derecha o izquierda, tenemos como resultado la situación que actualmente padecemos, por si poco fuera aún la crísis económica global que a España afecta en mayor medida.
Esa es, tristemente, la secuela de aquel desgraciado día en que el fanatismo acabó con la vida de tantos compatriotas nuestros...
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