Parafraseando el título de aquella célebre melodía, desde luego el humo de los fumadores, contra los que ni las leyes han podido de manera considerable, está claro que en lugares públicos, en los vehículos privados, en la propia casa de uno, el humo, el nocivo de los cigarrillos - y no digamos de los pestilentes puros - ciega no los ojos de los que practican el vicio sino los míos y eso, de verdad, además de molesto, resulta intolerable...
Pero con esta nefasta circunstancia ni pueden los escalofriantes datos de más de cuatro millones de muertos como consecuencia de la adicción al tabaco, ni tampoco los mas de ocho millones que la Organización Mundial de la Salud estima que se producirán, indefectiblemente, por efectos de la nicotina, de aquí al año 2020, lo cual es ciertamente preocupante pués a pesar de la legislación, de la amenaza contra la salud pública, no acabamos de respirar un aire libre de humos, esencialmente por la incidencia negativa que en la atmósfera de nuestro entorno tienen los fumadores.
Es decir, que el humo de otros es el culpable de que a uno le lloren y le piquen los ojos y desde luego de que por vía de influencia perniciosa externa se pueda adquirir una enfermedad de consecuencias irreparables.
Pero eso es lo que hay sin que los fumadores quieran aceptar esa máxima jurídica de que los derechos de uno terminan ante los demás derechos y los derechos de los demás, por lo que al menos - si su propia salud no les importa mucho, por lo que se ve, - podrían cumplir con el elemental ejercicio cívico de no molestar al resto de sus semejantes...
¿Es acaso mucho pedir...?
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