Y con la temporada, que por estas latitudes del sur se prolongará hasta finales de septiembre como poco, llega esa plaga incivilizada y devastadora de los envases de plástico y latas de refresco vacías, por la orilla, de las bolsas llevadas y traídas por el viento, de los papeles, de las cáscaras de sandía, de los restos de comida, de las cáscaras de pipas de girasol, de las colillas flotando sobre el agua y de tantas otras muestras de menosprecio por la naturaleza y, especialmente, por los demás usuarios de un lugar público, para el disfrute de todos, que todos debiéramos respetar y cuidar.
Se muestra así, un año y otro, a pesar de los carteles de aviso que habitualmente se colocan en los accesos a las playas, de las campañas de concienciación emprendidas por los organismos competentes, de los esfuerzos para educar en valores que en los centros de enseñanza realizan los maestros, la cara más insolidaria y desgraciadamente frecuente de una sociedad que se preocupa bien poco de preservar su entorno, para el propio disfrute y el de los demás y, sobre todo para legarlo en las mejores condiciones posibles a las generaciones futuras.
Desde luego que hay excepciones; personas que se comportan como es debido y que cuando se retiran de la playa, tras una jornada de baño y disfrute, depositan su basura en los contenedores destinados para tal fín, que si son fumadoras no esparcen sus colillas y cuidan de que igualmente terminen en la basura; que en definitiva contribuyen a que la arena quede limpia y en optimas condiciones para quienes vengan detrás, aunque por lo que se puede apreciar parece que son las menos...
Y no es que busquemos una bandera azul; ese distintivo que certifica la calidad y el buen estado de un determinado lugar de nuestras costas; lo que deseamos es contribuir a crear el necesario sentido de responsabilidad en todos cuantos nos lean, para que nuestras playas sean un ejemplo de civismo, educación y convivencia.
¡Ojalás sirva de algo esta reflexión...!
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