Hay quienes, tal vez por esperar otros resultados, están estos días post electorales un tanto cabizbajos al comprobar que en su ciudad la fuerza política a la que nunca habrían apoyado e incluso coaligada con otra de similar perfil será, finalmente, aquella que en los próximos cuatro años asumirá el gobierno municipal y, por tanto, la aplicación de sus postulados y criterios en todo lo concerniente a la vida ciudadana...
Y esto, aún siendo lógico y humano, no deja de ser ciertamente paradójico ya que precisamente la esencia de la democracia radica en la posibilidad de la alternancia de los partidos y en la sustitución de unas fuerzas políticas por otras, según los votantes estimen que unos podrían ofrecer un gobierno más eficaz que otros, que algunos llevan ya demasiado tiempo en el poder o que la gestión de quién estaba hasta la fecha, al frente del Consistorio, ofrecía más sombras que luces o apreciables irregularidades, favoritismos y abusos que en un régimen de libertades y trasparencia - fundamentos que deben caracterizar la democracia - no son tolerables de ningún modo.
Así es que nada de tribulación y pesar pues el cambio en este caso ni es malo, ni tiene que serlo, es más, resulta siempre positivo y esperanzador y si acaso, en el plazo otorgado para el ejercicio del poder, no se cumplen las expectativas, para eso seremos convocados a las urnas en plazo cierto y nuestro voto podrá volver a poner las cosas en su sitio.
Claro que cuando se ha estado tantos años bajo el mismo patrón cuesta trabajo acostumbrarse a estas nuevas situaciones que, a pesar de los treinta años transcurridos desde el inicio de la transición, todavía a muchos les perecen nuevas y en ello se basa su desconfianza.
Por ahí podría ir aquello de atado y bien atado, ¿no?
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