Casi un diez por ciento de Inmigrantes en el conjunto de la población total de España, no deja de ser una cifra mas que considerable tanto para lo bueno como para lo menos bueno y ese, en números redondos, es el dato que acaba de facilitar el Instituto Nacional de Estadística al dar a conocer el número de habitantes de España al 31 de diciembre de 2006, año en el que el crecimiento de la población en nuestro país estuvo cercano al millón de ciudadanos, lo que representa un incremento superior al dos por ciento, motivado especialmente por las casi setescientas mil inscripciones de extranjeros que han venido a residir aquí, además de los doscientos quince mil nuevos españoles.
Entre los extranjeros residentes en España, los más numerosos los marroquíes, seguidos de los ecuatorianos, los rumanos y los colombianos, aunque también son cifras realmente llamativas las de los ciudadanos del Reino Unido y de Alemania, aunque entre estos últimos es necesario resaltar una mayoría que supera los sesenta y cinco años, afincados especialmente en la provincia de Alicante, la Costa del Sol y Tenerife.
Desde luego, de este fenómeno de la Inmigración y no hablamos de la ilegal con su terrible secuela de pateras hundidas, llegadas masivas a las costas canarias y andaluzas, centenares de muertos cuya cifra es practicamente imposible cuantificar y ante la que sigue existiendo una dejadez absolutamente incalificable por parte de la Unión Europea, a pesar de que de vez en cuando se ponga algún parche, es evidente que se desprenden consecuencias poisitivas pero no es menos cierto que también abundan las negativas a las que habrá que poner los remedios adecuados para evitar que tanta afluencia desde el exterior termine convirtiéndose en una invasión pacífica o no tanto...
Y posiblemente el principio de dicho remedio se encuentre en la regulación lógica de este flujo de inmigrantes, la firmeza ante quienes pretendan venir a España de forma ilegal o fraudulenta y la acogida franca a cuantos lleguen y puedan permanecer, indefinida o temporalmente, con respeto a sus costumbres siempre y cuando no traten de imponérnoslas como de hecho ha sucedido en más de una ocasión y acepten de buen grado las nuestras sin que ello signifique que deban asumirlas como algo propio.
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