Desde los confines de nuestra tierra, por caminos y veredas, cruzando ríos y pinares, superando la dureza de arenales inmensos, en pleno corazón de Doñana, marchan los romeros al encuentro con su devoción más acendrada e íntima, con la Blanca Paloma, la que es Reina de las Marismas, con la siempre presente Virgen del Rocío, que les aguarda en su blanca Ermita - como se le llama al Santuario - desde la noche de la historia...
Cantes, bailes, rezos, promesas, cansancio apenas superado con los vivas, jornadas agotadoras junto al Estandarte con la representación iconográfica de la Madre de Dios - que los rocieros llaman "Simpecado" - en una cita anual que desde sus inicios ha ido creciendo imparablemente hasta convertirse en una de las concentraciones humanas y espirituales más multitudinarias de España y hasta cabría decir del mundo para rendir fervorosa pleitesía y veneración a una imágen que es referencia espiritual de millones de personas de toda edad y condición.
Por Ella se ponen en camino. Y por Ella, las distintas rutas que hasta su nido marismeño llevan se llenan de alegría y de oraciones, de promesas y gemidos, de caballos y carretas, de corazones enamorados que la buscan como consuelo y destinataria de sus peticiones, como instancia última de sus esperanzas y anhelos más personales que solo a sus plantas depositan con el convencimiento de que serán escuchadas y atendidas... que para eso es intercesora ante el Pastor Divino.
Por duros caminos de arena marchan en estas horas cientos de miles de romeros hacia la aldea almonteña del Rocío con la renovada ilusión de postrarse ante la Blanca Paloma.
¡Que Ella les acompañe y les proteja en su duro recorrido! !Que Ella les de fuerza para llegar ante su altar...!
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