O se percatan los españoles de esta realidad, que cada vez se hace más patente, o en el futuro deberán lamentar carecer de la influencia necesaria para intervenir decisivamente en las directivas comunitarias con las que, gradual y casi imperceptiblemente, se va configurando el marco de relaciones de la Unión Europea y consiguientemente cuanto afecta a la economía, la industria, la agricultura, la pesca, la sanidad, la educación, las comunicaciones, las condiciones laborales, el transporte, la seguridad interior y exterior, la defensa y todo aquello que, de una forma o de otra, influye en nuestras vidas...
Es decir, que cada vez juegan los Estados un papel menor frente a la realidad que constituyen el Parlamento y el llamado Gobierno europeo y con toda seguridad, en el futuro, esta tendencia se acentuará aún mucho más ya que sin querer apuntar a unos hipotéticos Estados Unidos de Europa, lo cierto es que caminamos sin prisa pero sin pausa hacia ese objetivo global del que muchos desconfían pero del que no existen razones fundadas para rechazarlo de plano.
Por eso, las elecciones del próximo día 7 de junio para el Parlamento Europeo son importantes y por eso convendrá - respetando por supuesto a quienes opten por abstenerse - acudir a las urnas buscando la mejor representación en dicho foro para España y sus legítimos intereses, ya que de lo contrario no valdrá después lamentarse ni mucho menos, quejarse...
Por eso, en este marco que trasciende la realidad física de los propios paises, resulta bastante anacrónico y hasta rídiculo pretender la fragmentación de España como si de parcelarla se tratara, ignorando que estamos - se quiera o no - inmersos en el proceso contrario. Es, cuando menos, un evidente ejercicio de ceguera política.
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