El mes de los difuntos.

Este penúltimo mes del año, dichoso mes que como el popular refranero dice: "empieza con todos los Santos y acaba con San Andrés", es aquel que tradicionalmente parece estar dedicado a quienes nos dejaron, valga la expresión, en este valle de lágrimas y con ello sumieron a tantos en la tristeza y la soledad...

Por eso es también tradicional costumbre entre nosotros recordarles y volverles a manifestar cariño y respeto, acudiendo a los Camposantos con flores y oraciones, la mejor manera sin duda de renovar en nuestros corazones lo que significaron, para cada cual, en su vida y la pérdida - lo de irreparable no es tópico - que representó su muerte.

Y no es extraño por tanto que en este mes, y desde luego en sus días iniciales, los Cementerios de todas las ciudades se conviertan en cita obligada para centenares de miles de personas, de toda edad y condición, que desean al menos por unos instantes decir, sin palabras, todo lo que albergan en lo más profundo de su corazón, aunque algunos puedan pensar y lo digan - algo de eso he leído en alguna prensa sectaria o indocumentada, que a la postre casi viene a ser lo mismo - que esto de honrar a los difuntos en el mes de noviembre es costumbre en ¿decadencia...?

Posiblemente escribirán su discurso progresista e incrédulo desde el desconocimiento de lo que en realidad ocurre no ya en las grandes ciudades sino en miles de pequeños pueblos donde estos días la cal sobre las paredes de los enterramientos, las velas y especialmente las flores han vuelto a cobrar su anual protagonismo, que por supuesto ni ofende ni molesta a nadie, salvo a estos estúpidos.

Pero el caso es tratar de llevar la contraria a una ancestral costumbre de nuestra gente y de nuestra tierra...