Lo mismo que hace ya bastantes años se inció la moda de hacer sonar los claxon de los vehiculos, anunciando la presencia o cercanía de unos recién casados, que tuvo su contrarréplica en aquella frase, un tanto hortera pero acertada, que proclamaba "no me toque el pito, que me irrito" dirigida a los ruidosos heraldos de la dicha nupcial, ahora es el tiempo de los conductores, no menos horteras desde luego, que circulan por calles y plazas con el volumen de la radio del coche a cuanto da, normalmente amparados tras cristales tintados, aunque la vanidad les haga caer en el ridículo despropósito de llevar bajado el de la ventanilla del lado de quién conduce, para poder sacar el brazo por la misma...
Es la moda. Contra las propias normas de tráfico, contra el más elemental principio de convivencia y respeto a los demás, pero moda al fín y al cabo; signo de los tiempos diría un moderno, que ni tiene gracia y además rompe el sosiego de cualquier ciudad y por supuesto de los habitantes normales que en las mismas existen en mayoría.
Está claro que lo mismo que el uso de los móviles, que los agentes encargados de vigilar la circulación, en ciudad o carretera, no acaban de cortar, estas discotecas rodantes atentan contra el respeto a los demás ciudadanos y por supuesto las normas que obligan a todo conductor, aunque por la impunidad que observamos con estos indivíduos que así se comportan, parece como si la autoridad pasara olímpicamente contra estos comportamientos antisociales que se vienen dando en todas las ciudades de nuestro entorno.
¿Y hasta cuando?
Lo mismo que existen Bandos municipales sobre el adecentamiento obligatorio de las fachadas de los inmuebles, ¿se ocuparán los Ayuntamientos de combatir y erradicar los que podríamos llamar vehículos musicales...?
Y si al menos fuera música clásica.
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