Uno, que tal vez ingénuamente cree formar parte de un Estado de derecho, siempre ha pensado que los símbolos de España, consagrados por nuestra Constitución, están protegidos por la Ley y aunque considera que lo mejor es conservarlos con veneración y respeto en el propio corazón de cada cual, defiende firmemente que institucional y públicamente sean exhibidos y tratados con la consideración máxima a la que como símbolos de ese Estado estamos todos los españoles obligados a guardarles.
Por eso, ni comparte el desafortunado y propagandístico vídeo del lider del Partido Popular, señor Rajoy, que bien podría preocuparse de que sus jóvenes lebreles no utilicen la bandera nacional en las correas de sus relojes, en los tirantes o en pulseritas ahora tan de moda, ni por supuesto las críticas del lider de Izquierda Unida, señor Llamazares, o del Secretario de Organización del PSOE, señor Blanco, entre otros, contra semejante alegato audiovisual cuando ellos mismos se prestan a presidir actos de sus respectivos partidos en los que ondean banderas anticonstitucionales, en un ejercicio de cinismo realmente lamentable.
Somos de los pocos paises del mundo donde, en pleno siglo XXI, tras sufrir una terrible Guerra Civil, que nos dividió en dos bandos y que es preciso dar por terminada de una vez por todas, seguimos cuestionando la conformación del Estado, la forma de dicho Estado y por supuesto los símbolos representativos del mismo en un ejercicio de frivolidad digno de una república bananera.
Y el único remedio para esta situación es la reacción de la sociedad civil, obligando a los políticos a menos oportunismo y menos demagogia, en estas cuestiones, al respeto de las leyes y a un Pacto de Estado que zanje de una vez por todas esta rídicula situación, mostrándoles con su actitud y comportamiento que la bandera donde mejor está es en el corazón... y desde luego en el sitio de honor que como representación de España le corresponde.
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