No solo por los aguaceros de estos días, alguno de los cuales ha provocado importantes y lamentables catástrofes como las de Almuñécar o Alcala de Guadaíra, hemos podido constatar que el verano se marcha y que entramos de lleno en el Otoño meteorológico, sino por una costumbre, muy arraigada en nuestra tierra, que en las postrimerías de septiembre e inicios del mes de octubre proclama, como si de un Pregón se tratara, la llegada de la estación de la caída de la hoja...
Hablo de los puestos de venta de castañas asadas, con su anunciadora columnilla de humo blanco, que suele condensarse a su alrededor, con sus cartuchitos de papel de periódico - para algo tenía que servir, en el caso de algunas publicaciones -, con su recipiente donde se mantienen las ascuas que van dando su punto al fruto del longevo árbol del Castaño, que tan apetitoso está cuando se degusta incluso crudo, pero que pasado por el fuego adquiere un sabor particularmente agradable que llega a competir - salvo en el caso de los golosos - con la esquisitez del marrón glasé.
Hablo de esas minúsculas "islas" que aparecen, como por ensalmo, en algunas esquinas de nuestras calles y que son todo un anuncio de que la época estival se marcha, irremisiblemente, y que nos encaminamos hacia el frío, la lluvia, el tiempo desapacible en suma, antesala obligada de la Navidad, junto a las cuales los clientes aguardan pacientemente su turno en la cola para adquirir su manjar favorito, que antaño solía tomarse en familia, en los llamados y populares tosantos, otra de las costumbres que nuestra sociedad ha perdido...
Claro que es otro tiempo, otra época, otras costumbres, como la que anualmente, por estas fechas, supone la presencia de calles y plazas de esos puestos de castañas asadas a los que hoy hemos querido recordar.
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