Volvemos a reeditar, con lo que está ocurriendo en la población vasca de Lizartza, el despropósito de la denominada "guerra de las banderas" pués ignorando lo dispuesto por la Constitución vigente, aprobada mayoritariamente por los españoles, todavía hay quienes se empeñan en que no sea colocada la enseña nacional en los edificios públicos, especialmente en algunas localidades de Cataluña y el País Vasco.
Y eso, a pesar de que los jueces se hayan pronunciado en más de una ocasión sobre la obligatoriedad de que la Bandera española sea izada, en el lugar de honor que legalmente le corresponde, en todo los edificios públicos de nuestro país, aunque tal pronunciamiento se soslaye de manera rídicula, como ha ocurrido muy recientemente en Bilbao, colocando la bandera, a primera hora de la mañana y por espacio de una media hora, para retirarla inmediatamente después, sin que a quienes protagonizan semejante proceder se les caiga la cara de verguenza ni a los ciudadanos que dichos personajes representan, tampoco...
Total, que a estas alturas de la democracia imperfecta que padecemos, unos con obstinación contra la colocación de nuestra bandera nacional y otros mirando cobardemente para otro lado no vaya a ser que les tachen de fachas, todavía no hemos sabido resolver esta situación kafkiana que dice bien poco en favor de los españoles y desde luego del régimen político que libremente hemos decidido adoptar.
Tal vez a esto hemos llegado por la partidista utilización de la bandera de todos, la bandera de España, por parte de determinados partidos políticos, por la inhibición de otros ante la presencia de banderas como la republicana en bastantes actos públicos y por la proliferación de banderas autonómicas, de cuyos colores y heráldica habría mucho que hablar y que nunca pueden ser justificación del menosprecio a la roja y gualda como ocurre con demasiada frecuencia.
Por eso es indudable que el gesto de la Alcaldesa del mencionado Lizartza, Regina Otaola, tiene aún más valor y debe ser resaltado convenientemente, no solo por el valor de arrostrar con su grupo de concejales los insultos, amenazas y ataques de quienes no quieren la bandera de todos en el balcón del Ayuntamiento de su pueblo sino porque después de izarla ella y sus capitulares tienen que seguir viviendo allí, rodeados de semejantes energúmenos.
¿No merece acaso este valiente gesto la solidaridad de todos?
¿Y a que espera la Federación Andaluza de Municipios, por ejemplo, para manifestar su apoyo a dicha alcaldesa vasca en su defensa de lo que dispone la Constitución...?
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