sábado, octubre 27, 2012

Dios nos libre de los despechados...

Uno de los lamentables vicios que suelen distinguirnos a los españoles - ¿recuerdan aquellos de los siete pecados capitales, de Fernando Díaz-Plaja? - es sin duda la manifestación de despecho de la que suelen hacer gala todos aquellos que sin querer ver la viga en su propio ojo, procuran resaltar la paja en el ajeno utilizando cualquier tipo de argumento, real o imaginario, para descargar todo el furor que nace de su propia e íntima frustración por no haber conseguido algo a lo que aspiraban, a lo que se creían con derecho o que se habían planteado como la meta de su oscura vida...

Es desde luego, en el ámbito de las relaciones personales toda una lacra que suele acabar con la ruptura de relaciones y de amistades, que suele levantar muros insalvables entre dos seres, que pone fin a lo que siempre fué normal y fluido hasta que entre ellos se cruzara un día algún motivo que por una de las partes se consideró una afrenta, una traición, un desdén y en lugar de tratar de iniciar un diálogo sobre esa supuesta agresión afectiva se parapetó en su despecho para atacar a quién consideró que le había dañado.

Y si entre dos personas, el despecho de una de ellas suele provocar la irreparable ruptura de relaciones, cuando este pecado capital toma cuerpo en un colectivo, sea por la razón que sea, acaba sin duda creando un grave problema de entendimiento y convivencia que tiene muy difícil, por no decir imposible, solución y que pone en riesgo la propia supervivencia del grupo o de la institución, salvo que los despechados tengan la generosidad de reconocer su error o se aparten o se les aparte del sendero que obstaculizan con su negativa actitud...

Por eso, Dios nos libre de los despechados.

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