Ha sido como un colectivo suspiro de alivio el ver a Juan José Padilla salir a hombros de la plaza de la pacense Olivenza, tras su gravísima cogida en las fiestas del Pilar, en Zaragoza, que a punto estuvo de costarle la retirada definitiva del toreo...y mucho mas pues durante dias se temió seriamente por su vida, dadas las lesiones que le produjo el toro al empitonarle en el coso aragonés de "La Misericordia", cogida de la que por tesón, perseverencia, y valentía ha sabido sobreponerse...
Ya digo, su triunfo en la tarde de este pasado domingo ha sonado en toda España, incluso en la antitaurina Cataluña, como un profundo suspiro de alivio, mezclado con el sentimiento de admiración que provocan gestas como la protagonizada por el torero jerezano, todo arrojo, audacia, osadía, coraje, brío y ardor que resumidos en una palabra sin duda se concretan en las agallas que ha demostrado tras aquel percance, superando primero las consecuencias de la mencionada cogida, empeñándose después en ponerse a punto para volver a salir a los ruedos, preparándose para ello y, finalmente - ¡valor hay que tener para siquiera intentarlo! - colocarse delante de un toro de Núñez del Cuvillo, de nombre "Trapajoso", de casi quinientos kilos, al que según las crónicas, con su maestría y pundonor torero, mermada la visión de uno de sus ojos, hizo un auténtico trapo.
De su gesta y de su gesto era necesrio hablar hoy para resaltar su hombría y su vocación, que sus propios compañeros exaltaron al sacarle de la Plaza a hombros. Para decirle, sencillamente, Padilla: ¡Torero!
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