jueves, noviembre 11, 2010

Hay que cuidar la imágen.

Tanto en lo personal como en lo colectivo, sin duda es muy necesario y conveniente cuidar la imágen para que la impresión que los demás reciban de uno o de la ciudad, sin ir más lejos, sea la adecuada, aquella que garantice una opinión positiva y favorable y ya se sabe que el primer impacto es el que verdaderamente vale...

Digo esto y hablo en colectivo, es decir, me refiero al  conjunto de la ciudad, ya que de un tiempo a esta parte proliferan por todos los rincones y singularmente en lo que se puede considerar el centro urbano escenas que en nada ayudan a que nuestros propios vecinos y de manera muy especial quienes nos llegan de fuera - afortudamente cada vez en mayor número - reciban una impresión favorable y grata de nuestra población...

Improvisados campamentos, rodeados de pancartas, con colchonetas sobre el suelo, sillas de playa, colchas colgadas entre dos árboles, delante justo del Consistorio, indigentes durmiendo en los cajeros de los bancos, movidas de toda clase de tribus urbanas en parques y plazas céntricas y toda una extensa relación de atentados al decoro y la buen a imágen que debes preservar si de verdad queremos ocupar lugar privilegiado en la atracción del turismo.

Y como en el caso de la instalación de mesas y veladores, por parte de los bares, en la vía pública los Ayuntamientos llevan a cabo un férreo control, para evitar abusos y por supuesto para cobrar tasas, uno no puede por menos que preguntarse si no se podría también actuar en los casos en que por parte de determinados ciudadados se utiliza la calle sin el menor respeto a los demás y desde luego en claro atentado a la buena imágen que toda ciudad que se precie debe aspirar a ofrecer a propios y extraños...

Y esto ni atenta contra derechos de nadie, ni supondría una muestra de insolidaridad o de intolerancia, ni representa una transgresión de los derecho que la Carta Magna consagra en favor de los ciudadanos. Simplemente se trata de evitar que nuestras calles y plazas, cada dos por tres y con una irritante reiteración, se conviertan en un adefesio y que en ellas cada cual, sugún su capricho o su necesidad, campe a su libre albeldrío.

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