Estuvo siempre al lado de la persona a la que servía, con lealtad y entrega. Incluso, en momentos cruciales de la vida de España, cuidando de que la normalidad constitucional no se quebrara por la bananera actuación de unos salvadores de la Patria, que trataron, inutilmente desde luego, de imponer un gobierno por la fuerza, tal vez inspirados por el régimen que durante cuarenta años padecimos los españoles...
Y siempre en un discreto segundo plano, que no mermaría para nada su eficacia y su dedicación a la Corona y con ella al propio Estado y consiguientemente a los ciudadanos.
Asturiano de cuna, ha fallecido en la capital del Reino pero sus restos reposarán, para siempre, en su amada tierra de verdes y brumas, de sidra y gaitero, de voluntad integradora del solar patrio, desde que Don Pelayo, primer rey de Asturias, llevara a cabo su gesta de la reconquista.
Ha muerto un caballero en toda la extensión de la palabra, un patriota - lo siento por aquellos a los que esta expresión les pueda conmover negativamente y peor para ellos -, un ejemplar servidor del Estado para el que solo cabe guardar admiración y reconocimiento. Y en los creyentes, una oración por el decanso de su alma.
Descanse en paz, Sabino Fernández Campos.
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