Y es que aunque resultara malsonante, a las cosas - por desagradables y duras que sean - se las debe llamar por su verdadero nombre, pero de un tiempo a esta parte la llamada clase política ha descubierto la utilización del eufemismo para disfrazar la realidad, cruda tantas veces, y para trasladar a la opinión pública, con el empleo de palabras suaves, muchas ideas tergiversadas de lo que en realidad está pasando en la sociedad que nos ha tocado vivir...
Claro que esto no es nuevo y muy conocido es aquel chiste de la época del regimen franquista que decía que junto al despacho del general existía un negociado donde un probo funcionario se dedicaba, día y noche, a encontrar los sinónimos de aquellas palabras que el general le espetaba una tras otra, para que le facilitaran su traducción amable: Huelga = conflicto laboral; bomba = artefacto; y así una interminable relación de términos que permitían trasladar a los ciudadanos una imágen amable muy distinta de lo que verdaderamente estaba ocurriendo.
Pero no se ha perdido la costumbre y ahora, a la guerra la llamamos, por ejemplo, misión de paz, sin importar mucho que nuestros militares caigan en lejanas tierras, víctimas del fanatismo de unos iluminados que, por la fuerza, con violencia, quieren echarlos de su país al que fueron para ayudar y en el que se han visto envueltos en un interminable y peligroso conflicto bélico, cuyo final no se vislumbra con claridad.
Nos fuimos de Irak, a la carrera y nos apresuramos a ir a Afganistán, para alinearnos con los mismos con los que ya estuvimos para combatir el tiránico régimen de Sadam, aunque en esta ocasión los corifeos no clamaran, voz en grito: ¡no a la guerra!
Tal vez por aquello de los eufemismos. Como nos dijeron que era en misión de paz...
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