No es la primera vez que nos referimos a este asunto y mucho nos tememos que tampoco, por desgracia, será la última y es que, con la llegada de un nuevo verano, quién esto escribe se teme y mucho que el tema vuelva a cobrar triste actualidad, como en años precedentes...
Hablamos del habitual abandono de animales domésticos, especialmente perros y gatos, que con motivo del desplazamiento familiar a playas o sierras se produce un año si y otro también, ofreciendo esa triste estampa de los animalitos desorientados, famélicos, andando de un lado para otro o sentados ante la puerta de la que consideran su casa, esperando la llegada de un amo que, por su comportamiento, mas bien debería ser demominado verdugo.
No vamos a reseñar aquí centenares de casos de este tipo, ni por supuesto las hermosas y entrañables reacciones de esos perros que han aguardado, hasta meses, la llegada de su amo en una Gasolinera donde fueron abandonados o ante la puerta del hogar en que vivieron hasta que alguna mente malvada decidió abandonarlos a su suerte, pero quede la cita como recordatorio de un problema cívico que, por desgracia, cada año vuelve a repetirse, por mucho empeño y muchos mensajes que difundan las asociaciones protectoras de animales...
Claro que junto a este abandono, intolerable y canallesco, existe otro peor que cae, sin duda alguna, sobre la conciencia de quién lo comete, aunque mucho nos tememos que este tipo de personas no sientan culpabilidad alguna por su deplorable acción y que no es otro que el abandono o aparcamiento de nuestros ancianos, de nuestros entrañables viejos, que tras toda una vida de entrega a su familia y su entorno, se quedan literalmente tirados y solos en su propia casa, mientras los demás se marchan o en un asilo.
Lástima que ante casos semejantes, la Ley no actúe con toda la contundencia que acciones como las referidas merecen...
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