Lo dijimos el pasado mes de noviembre y ahora, tras las elecciones del domingo 9 de marzo, lamentablemente y por mucho que se quiera aparentar nos vemos en la penosa obligación de certificar la muerte del llamado Andalucismo y bien que lo sentimos, pero las urnas han determinado, inequívocamente, que lo que en el principio de la recuperación de la Democracia, naciera como una ilusionante realidad, con grupo propio en el Congreso de los Diputados y cinco parlamentarios es ya hoy, tristemente, un tren a ninguna parte...
Claro que para llegar a esto se han sucedido, a lo largo del tiempo transcurrido desde entonces, torpes protagonismos, enfrentamientos fratricidas entre los líderes más notables, localismos exacerbados dentro del propio partido, coaliciones electorales contra toda lógica, candidatos sin personalidad y carisma suficiente para llevar el proyecto a buen puerto, pactos ahora a la izquierda más adelante a la derecha, y un sin fín de errores y torpezas de esas tan clamorosas que nunca, por mucho que se piense lo contrario, el ciudadano acepta y perdona.
Para colmo, la propia indefinición ideológica de una fuerza que proclamaba Andalucía como su ideal, desde un nacionalismo un tanto descafeinado, y que no supo nunca ofrecer una clara referencia de contenidos que manifestaran meridianamente que se trataba de un partido situado a la derecha o la izquierda del espectro político, dejando al ciudadano con la incertidumbre de su posicionamiento.
Y así les ha ido hasta llegar - y eso que su trayectoria ha sido absolutamente irregular - a la actual hecatombe en la que quienes están al frente del mismo se aferran a sus puestos y naturalmente su continuidad y no son pocos quienes piden, con toda la razón, las cabezas de los responsables últimos de esta catástrofe.
Pero sea como sea, mucho nos tememos y ya lo anticipábamos en noviembre del año pasado, que se pueda entonar el definitivo requiem por este cadaver de la política andaluza.
Ciertamente penoso.
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