Nunca he sido muy partidario de las Cuestaciones que, de vez en cuando, nos salen al paso por calles y plazas de las ciudades. Tal vez, por haber vivido - que ya ha llovido desde entonces - aquella época en que para poder entrar al cine o al fútbol, había que comprar el emblema y colocarlo, de forma bien visible en la solapa, para que el portero te dejara pasar, pero si hay un día en el año que, al ser abordado por alguien con una hucha en la mano que solicita mi donativo, respondo con agrado a la petición y con la seguridad de estar colaborando con una obra benemérita...
Ya saben, hablo de la Cuestación anual de la Asociación Española contra el Cáncer, institución que desde hace muchos años viene llevando a cabo una intensa labor para combatir tan terrible enfermadad, creando centros de atención a los enfermos, a sus familias, promoviendo la detección precoz de los tumores y, en definitiva, prestando un servicio impagable al conjunto de la sociedad.
Por eso, cuando me piden en una Cuestación anual, procuro colaborar no ya por cuanto pueda significar mi pequeño donativo para tan ingente tarea, sino especialmente por mostrar mi solidaridad y mi apoyo a tantas personas como dedican buena parte de su tiempo y de sus energías a tan hermosa tarea a la que me refiero en este post.
Por eso, en cada ocasión que tengo y esta es una de ellas, dejo patente mi aprecio por la AECC, por sus miles de colaboradores anónimos y, especialmente, por cuantas iniciativas solidarias vienen llevando a cabo desde hace ya muchos años.
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