La costumbre antañona de gastar inocentadas, más o menos graciosas, más o menos molestas, más o menos patosas, ha disminuido en este tiempo nuestro de forma apreciable, incluso en los medios periodísticos impresos, donde hace años era absolutamente inevitable que incluso en primera página aparecieran este día "noticias" que hablaban de monstruos, premios nunca reales para los teóricos afortunados o de acontecimientos ficticios con repercusión en una determinada ciudad, tal vez porque los acontecimientos cotidianos no dejan lugar a la broma...
Claro que el sentido de la festividad del día, que diera orígen a esa reiterativa manía de gastar inocentadas, sigue existiendo no ya solo en la liturgia propia de la Iglesia sino en ciertas tradiciones que siguen vigentes en no pocos lugares.
De todas formas, no era de esos inocentes de los que hoy queríamos hablar, sino de los niños del Congo, que huyen despavoridos de sus aldeas y recorren centenares de kilómetros sin saber muy bien donde refugiarse como también debemos hacerlo de aquellos que fueron víctimas en el genocidio de Ruanda, que se dejó pasar sin más por el civilizado primer mundo, y de las víctimas de los enfrentamientos entre judíos y palestinos, con reciente masacre de estos últimos, por no hablar igualmente de los centenares de miles de niños que fallecen como consecuencia de la Malaria, el Sida y la hambruna...
Inocentes.
Víctimas ciertamente inocentes de un mundo de palabras huecas, altisonantes y cínicas que tratan de encubrir estos flagrantes asesinatos.
Inocentes. Pobres inocentes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario